Capitulo 38 Tardes de domingo
Lo que más extraño de mis días de juventud son las tardes de domingo. Mis padres nos llevaban al campo. No hay nada más placentero y relajante que pasar una tarde rodeado de plantas, animales salvajes y cerca de un río.
Alejado de toda tecnología y bullicio de la ciudad, donde sólo se oiga el correr del agua y el canto de los pájaros.
La compañía de la naturaleza es algo tan extasiante, puedes cerrar los ojos y relajarte completamente. No hay prisa, no hay problemas pendientes, no te apuran para hacer algo. Recostado en el suelo, abres los ojos y sólo hay árboles a tu alrededor, un inmenso azul pacificador hasta donde alcanza la vista.
Mis padres y mi hermana acostumbraban nadar en el río y jugar, yo me recostaba y disfrutaba el olor, la naturaleza en el campo huele distinto a la ciudad, no hay humo de motores, ni de fábricas, ni de restaurantes, ni de talleres, sólo el olor de hierbas o ramas cortadas y libertad. Hasta los animales huelen distinto, un perro de ciudad huele a miedo, a peligro, a vigilia, un conejo de campo huele a libertad, a felicidad.
El sonido es distinto también. No hay carros pitando, repartidores gritando, vendedores vociferando. En el campo si te esfuerzas puedes oir la hierba crecer.
Extraño esas tardes, no he podido mostrarles la libertad del campo a mis hijos. Todo ha quedado en anécdotas y leyendas a pesar de habérselo descrito lo mejor que he podido. Se que no me creen, les muestro fotos, pero una foto no se huele, no tiene sonido, no es sustituto, no se acerca.
Desde que los humanos inventaron las naves espaciales y los viajes intergalácticos, no se conformaron con destruir la tierra, destruyeron toda naturaleza de los planetas que colonizaron, mucha tecnología, mucho desarrollo, mucha maquinaria avanzada, pero poca mentalidad de equilibrio con la naturaleza, no les importó el Amazonas ni el calentamiento global en nuestro planeta, porque iba a importarles un bosque en encelado, Neptuno o nibiru.
Entonces, domingo después de almuerzo, termino de describirle mis tardes de juventud a mis incredulos hijos y salimos juntos a tomarnos unos helados. No sin antes ponernos la máscara de oxígeno sin la cual no sobreviviriamos a la intemperie hoy aquí en la tierra.
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