Capítulo 101 El anciano

 En un olvidado pueblo del campo vivía un anciano vendedor. Este hombre era motivo de burlas constantes. Tenía una extraña costumbre de ofrecerles a sus clientes artículos caros y con fantásticas propiedades que nadie aceptaba comprar. Sus historias sobre tales artículos eran las razones de la burla de las personas. 

Este anciano presumía de haber viajado por todo el mundo y haber recorrido el oriente en toda su extensión. Contaba haber conocido a descendientes de Simbad El Marino y califas de la época. Se enorgullecia de poseer en su tienda alfombras voladoras, flechas inteligentes, espejos que mostraban la verdad y muchas otras cosas que nadie creía.

A pesar de ser considerado un loco, su tienda era bastante visitada pues era un comerciante de éxito y estaba bien surtida. Era un viejo amable y atendía a todas las personas a pesar de las ofensas a que era sometido. 

Un día, Raúl, nuestro personaje en esta historia, llegó a la tienda del anciano justo en el momento de verlo caer. Otro cliente le había pedido algo ubicado en un estante que necesitó el uso de escaleras y sus piernas no aguantaron el esfuerzo. El resto de los clientes se limitó a reír, pero Raúl lo ayudó a levantarse y caminar hasta una silla. El anciano pidió a sus clientes que se fueran pero no a Raúl, a quien agradeció con mucho afecto. 

- Gracias, eres muy amable, no como el resto. 

- No ha sido nada, es lo que todos debieron hacer.

- La educación no abunda por aquí. ¿En qué puedo ayudarte?.

- Mi mujer está haciendo una receta que lleva ciertas especias y me pidió buscarlas.- dijo mientras le entregaba un papel con una lista.

- Creo que tengo todo.- Respondió leyendo el papel. 

Diciendo esto entró a la parte trasera de la tienda. Raúl no esperó mucho. El anciano regresó trayendo una bolsa en una mano y unos espejuelos en la otra.

- Toma.- dijo entregandole ambas cosas. 

- Gracias, pero mi vista es buena.- respondió sin aceptar.

- Todos vienen a mi tienda y sólo compran lo que desean y desprecian lo que necesitan. Las personas desean una cosa y necesitan otra. Con el tiempo aprenderás que no siempre coincide. Deseas las especias, pero necesitas los espejuelos, tomalos, son gratis, un día me los agradeceras.

Raúl tomo ambas cosas y salió de la tienda. Puso los espejuelos en su mochila y se olvidó de ellos.

Días después, buscando otra cosa, vio los espejuelos olvidados. Hacia bastante sol y se los puso. Para su sorpresa la pareja que caminaba en su dirección cambio su apariencia, tenían una cara de disgusto que no se veía sin los espejuelos. Se los acomodo bien y volvió a mirar. Si, pudo confirmar, no se veían igual si miraba con, o sin los espejuelos. Entró a la cafetería donde siempre desayunaba un café y, sorpresa, el hombre delante suyo tenía una cara amable que no se veía con los espejuelos puestos, su boca dijo: un café, gracias. Pero Raúl escuchó: un café, tonto inútil. 

Enseguida entendió que pasaba, los espejuelos le dejaban ver y oír las verdaderas intenciones de la gente. El resto del dia se lo pasó quitándose y poniéndose los espejuelos. Fué el día más divertido de su vida. Hasta que llegó a casa. 

Cuando tocó a la puerta estaba más contento que nunca. Nada más abrir su esposa dijo:

- Hola amor, no adivinaras lo que te voy a contar.....- no pudo terminar la frase. No se había quitado los espejuelos. La cara de desprecio que vio en su mujer de 20 años no la habia visto nunca.

Los labios de ella se movieron para decir: Hola cielo. Pero a los oídos de Raúl llegó: Ya llegó el idiota, se acabó la felicidad.

Mientras una lágrima se asomaba en sus ojos, pudo pensar cuanta razón tenía el anciano cuando le dijo que las personas desean una cosa, pero no siempre coincide con lo que necesitan.


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